16.3.07

ANTONIO AGUILAR RODRÍGUEZ



Nació en 1973 en Murcia. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia. Actualmente es profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES. Ricardo Ortega de Fuente Álamo (Murcia).

En 2002 recibió el 2º Premio Nacional de Innovación Educativa, que concede el Ministerio de Educación, por su trabajo El viaje de Thot, realizado junto a un grupo de profesores del IES. Sta. María de los Baños de Fortuna.

Ha publicado tres libros de poemas:

-El amor y los días (Universidad de Granada, 1998). Accésit del Premio Federico García Lorca.

-El otoño encarnado de Ives de la Roca (Editora Regional de Murcia, 1998). Premio Antonio Oliver Belmás 1997.

-Allí donde no estuve. (Rialp, 2004). Accésit del Premio Adonais 2003.

Han aparecido sus poemas en La verdad y La Opinión de Murcia, y en las revista de literatura Litoral, Hélice, Isla desnuda, Némesis o Musu…

Ha sido antologado en Yo es otro. (Autorretratos de la nueva poesía) de Josep Maria Rodríguez (DVD Ediciones, Barcelona, 2001), y en Periféricos. Quince poetas, de Ignacio Elguero.

(Universidad Popular José Hierro. San Sebastián de los Reyes, 2004).

Ha publicado varios cuentos en las antologías El corazón delator (Ítaca/Nausicaa, 2003) y en Integrales y derivadas (A la deriva, 2006).

Ha participado en foros y encuentros sobre literatura y animación a la lectura. Actualmente colabora, junto a los escritores José Óscar López y Antonio Lorente, en las tertulias de La radio se mueve de Onda Regional.

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FAMOSOS EN ACCIÓN: Amigo Aguilar, ¿con qué se construye un poemario: sólo con los cuatro o cinco topoi eternos, o con cualquier cosa, no sé, la lista de ingredientes de una fabada Litoral, por ejemplo?

ANTONIO AGUILAR RODRÍGUEZ: La pregunta incomoda de principio. ¿Cómo se hace un poemario? Los tópicos están ahí, no creo que una lata de fabada litoral se aleje tanto de los topos. ¿De qué hablaba Anacreonte? ¿No habla de las fabas y de los banquetes? Si le dieras la vuelta a la pregunta, verías que los topos no son topos porque se elijan sino porque se transforma y reaparecen, ¿involuntariamente? ¿Qué es lo que los hace topos? Precisamente eso.

He publicado tres libros. Cada uno se corresponde con un proceso diferente de creación. El primero, El amor y los días, surge del asombro, de la constatación de pronto, un día cualquiera, con veintidós o veintitrés años, de que uno tiene veinte poemas que no le disgustan, que ofrecen algo de sí mismo, una especie de verdad llena de topos, una amalgama de lecturas. El segundo, El otoño encarnado, responde casi al impulso de un texto narrativo. Lo primero, encontrar la voz poética, lo demás vino hilado. El último, Allí donde no estuve, es un regreso a una serie de temas que aparecen reiteradamente, ¿topos? en mi obra, no de forma consciente, sino azarosamente.

F.E.A.: Ya tenemos los ingredientes, ¿hay una receta formal más válida que otras? Es decir, desde las estrofas clásicas hasta el ritmo de una máquina de hacer palomitas, hay una opción correcta?

A.A.R.: Sé que no es muy poético, pero creo que los poemas funcionan igual que una máquina. Todo está perfectamente engranado, una palabra y otra palabra, el sonido, la prosodia, las ideas. Como toda máquina tiene que encajar, que funcionar. Yo he estado obsesionado por la métrica desde que en la universidad conocía a Eloy Sánchez Rosillo. Había leído poco, y con poca atención y de pronto se abre un mundo de formas, de partituras que permitían vertebrar un mundo interior en una gramática prestada.

F.E.A.: Permítame que le alabe sus poemas de amor y que le pregunte qué ha sido de la poesía de amor, que o bien ha desaparecido o bien los poetas, últimamente, la ocultan o la disfrazan de otra cosa.

A.A.R.: Bien. No sé que clase de poesía lee usted, pero el amor está en el aire, especialmente en el aliento de las palabras.

F.E.A.: Recomiéndenos entonces un poeta actual que escriba libros de amor, usted que es tan listo y tan leído.

A.A.R.: Paul Eluard, me parece.

F.E.A.: Veo en su blog que últimamente anda usted leyendo poesía norteamericana actual, narrativa, a lo Carver. ¿Por qué este tipo de poesía no acaba de arrancar por nuestros pagos? ¿Nos asusta lo prosaico? ¿Y a usted?

A.A.R.: Mi blog, cuya lectura desaconsejo, pretende ser un velado y taimado diario de lecturas, es decir, un diario de lo que leo, pero también de lo que querría leer, o he leído, o podría haber leído en vez de lo que leí. Carver es asombroso, su narratividad, su manera de apropiarse materiales de otros, me han deslumbrado. Además refrendan una idea que tuve, luego volvió a caer en mis manos, y volví a su camino, no sé si hacia la cascada, pero un camino propio, cuya concreción final poco tiene que ver con su poesía.

Asumir su forma de concebir la poesía en mi caso supone una aventura. Dejar la métrica como elemento básico del ritmo y sustituirla por otra elaboración rítmica basada más en la oralidad, en el ritmo del propio discurso, han supuesto para mí una bocanada de aire fresco donde puedo decir lo que antes no sabía si tenía que decir.

F.E.A.: Parece que los tiempos líricos cambian y que no todos estamos preparados... ¿Es hora, tal vez, de releer El mundo de Sofía e ir dejando caer nombres propios por los poemas? ¿O no va a colar?

A.A.R.: Siempre he pensado que la poesía es poesía, y que no necesita de las demás disciplinas o ciencias para legitimarse, pero, como todo, habla de cosas y me gusta que esas cosas sean interesantes, se relacionen, se abran se expandan y se enriquezcan.

F.E.A.: Una curiosidad que tengo... Hace unos años, usted era un hervidero de actividad cultural, con la publicación de las plaquettes, la organización de recitales, el cursillismo... ¿Por qué ha levantado el pie del acelerador y qué tiene eso que ver, si es que tiene algo que ver en absoluto, con su obra?

A.A.R.: Simplemente porque no tengo necesidad. Hago, en la medida de lo posible (otro día hablaremos de hipotecas, etc.), lo que quiero, y ahora me apetece leer durante horas y escuchar música y pasear, y si de paso puedo no ir a un recital, mejor.

F.E.A.: ¿Qué tienen de malo los recitales?

A.A.R.: Nada, como tampoco tienen nada de malo las exhibiciones del tuper- ware, (si se escribe así). Aunque en defensa de estos plásticos tengo que decir que los vendedores no olvidan la dimensión escénica y se la trabajan y en el peor de los casos invitan a galletas al auditorio.

F.E.A.: Compromiso, ética, política, debate social... ¿son barbarismos en poesía?

A.A.R.: No lo sé. Cada uno que haga lo que desee.

F.E.A.: Para acabar, me gustaría que nos contara un poco más en detalle el proyecto de poemario en que anda metido ahora, que aunque me lo ha explicado en persona varias veces, y seguramente por un problema con el alcohol, no he acabado de verlo claro

A.A.R.: Lo que tengo hecho, es decir, lo que tengo prácticamente terminado, pero no tanto como para dejarlo, pero sí para releerlo y rehacerlo, es un poemario que parte de la fragmentación de un texto narrativo. No de un texto narrativo existente, sino de un texto virtual. He pretendido individualizar esos fragmentos de los textos narrativos que tienen una intensidad poética. O algo así. Para legitimarme lo que hago estoy buscando argumentos. Decía Jaime Siles que la desaparición del coro en el teatro griego tuvo como consecuencia la pluralidad del yo, por tanto lo que he hecho no es un libro narrativo, sino dramático, un drama vertebrado a través de monólogos dramáticos. No cuenta, son fragmentos del relato, abiertos, con alusiones a referentes elididos, intensos en sí mismos, formados en sí mismos. O, como decía antes, algo así.

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HOY HA MUERTO MI ABUELA


Hoy ha muerto mi abuela,

un ser pequeño, exangüe,

horizontal.

Una sábana blanca y una mantilla,

que alguien le había regalado en vida,

tapaban su cuerpo enjuto.

No estaba hermosa.

No se podría decir que estuviera en paz.

Estaba allí simplemente

a expensas del dolor.


Todos sabíamos que aquel cuerpo

era el cuerpo sin vida de alguien

a quien habíamos amado,

a quien habíamos conocido,

de quien habríamos oído hablar en algún momento.


Observé a través del cristal

su nariz pronunciada por la delgadez extrema,

los pómulos descarnados,

la piel fláccida.

Un ser único e irrepetible,

frente a esa masa informe

que poco a poco iba llenando la sala de espera,

diluyendo el dolor

en un dolor compartido en fracciones minúsculas,

en porciones de un pastel de cumpleaños.


Luego en la homilía

al cura le sonó el móvil.

Un hombre obscenamente gordo

que levantaba los brazos

como marcando unas comillas imaginarias

sobre la palabra de dios.


Tan sólo en una ocasión citó su nombre,

y luego habló de un padre y un hijo,

-de Agamenón y de Ifigenia-,

habló de cosas extrañas,

que en algún lugar

dentro de muchos años

tendrán sentido,

cuando ya no nos importen,

cosas que se esclarecerán para tener algo que ver

con los que estábamos allí,

con la que estaba allí,

frente al altar,

dentro de la caja cerrada.


No dijo que el dolor era como un eclipse,

que llega poco a poco,

que lentamente da su bocado seco,

que luego se aleja dejando un rumor

de hojarasca pisada,

que es áspero como una cicatriz.


En aquel momento, en mitad de la homilía,

sólo sentí el estómago vacío,

los pies cansados,

nada que ver con mi abuela,

nada que ver con nadie que estuviese allí,

y aún menos con aquel hombre

que miraba la pantalla de su móvil

mientras recitaba los Evangelios

de una memoria aburrida y monótona.


No dijo que el dolor nada tiene que ver

con quien lo provoca,

que el dolor es cosa nuestra.


Más tarde en el coche

me eché a llorar,

me eché a llorar por mi abuela muerta,

mientras sonaba la música

en el coche

de vuelta a casa, solo,

con esa emisora

escuchando el adagio de la sonata II

para viola de gamba y clavecín

de Juan Sebastián Bach.


Lloré por mi abuela

en el coche

de vuelta a casa, solo,

cuanto no había llorado por mi abuelo,

al que quise con locura,

como el amor que hay entre dos amantes.


Lloré por mi abuelo.

Lloré por mi abuela.

Lloré por mí.

Espacios estancos.

Eso era todo.

Dolor por dolor.

Antonio Aguilar Rodríguez